Hace más de 4 años una desconocida me dio ésta nota al verme llorar desconsolada. Aún guardo su mensaje y desde aquel día, la leo cada vez que lo necesito. Hoy le agradezco, porque puedo reconocer mis heridas y valorar los tesoros que me hacen renacer. Gracias vida. Gracias Dios.
La historia es que estuve cerca de tener una enfermedad peligrosa. Y en su inicio tuve miedo, pero con el tiempo empecé a olvidar y esperar a que mi cuerpo sanara solo, tal cual como el médico me había recomendado.
El tiempo pasó, la enfermedad avanzó y empeoró. No pude darme cuenta hasta que ya estuve en una sala de cirugía soportando una biopsia. Después de tantos golpes emocionales, ahora puedo decir que mi vida no es igual desde que despedí a papá.
Llega el momento de chequear mi salud. De entender que además de depresión, ansiedad y nostalgia, mi cuerpo estaba luchando solo. Que me faltaba hierro, descanso y energía... No fue algo que me sorprendiera.
Y no... esta vez no me dio miedo, desesperación o tristeza. En algunas noches pensé que si mi papá podía atravesar ese infierno de enfermedad, yo también debía intentarlo. Y si debía despedirme de mis sueños, de lo que quería ser y construir para mi vida, ya no podría ser y eso estaba bien... Y pesa, hace un nudo en el corazón pero lo aceptaré. Lo aceptaría con valentía.
Me dolía más herir a mi familia con una enfermedad después de todo lo que habíamos atravesado. Sobretodo hacer sufrir a mi madre que ya estaba agotada. Pero si esa era la voluntad de Dios, por mí estaba y esta bien. Me preocupaba más no haber hecho méritos para llegar a donde mi papá estaba y poder reencontrarnos.
Sí. Los pensamientos eran acordes al momento. Mi operación fue satisfactoria y mi recuperación sigue lenta. Ya no corro peligro. Sigo sanando, pero me duelen más las heridas del corazón que las de mi cuerpo.
Abril siempre ha sido un mes de mirarme al espejo. De tener la cabeza grande e hinchada de tanto pensar, mientras sujeto con una mano mi corazón y lo entrego a voluntad.

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