Estoy viviendo unos meses solitarios sin mi compañera o roommie favorita. Voy tachando día a día en el calendario los días que pasan hasta que volvamos a estar juntas. Nos hablamos todos los días, casi todo el tiempo y cuando hablamos, es como si los 489 kilómetros que nos separan se esfumaran.
Entre nuestras conversaciones siempre me dice qué es lo que extraña de mí, y eso me alegra. Me dice que extraña la paz entre cada una y en compañía; como que todo fluye y cuando hay momentos de tensión, podemos maniobrar con la experticia de todos los años de llevamos de conocernos y vivir juntas. De vernos crecer, caer y volver a internarlo. La confianza y la compinchería que hemos tejido entre las dos.
Ahora que estamos viviendo separadas, añoramos lo mejor de cada una. Como que es algo natural, pero cuando no lo tienes, te hace mucha falta. Veo que escucharla es algo natural para mí. Entenderla, comprenderla. Si tengo que dar un consejo que no está entre mi experiencia, busco alguien más sabio para que me dé las palabras correctas. He ido aprendiendo a no tirarle leña a la angustia o la molestia, pues debo ingeniármelas para cumplir mi propósito que es ayudar, o ser una escucha neutra.
No puedo evitar incomodarme cuando la tratan mal o no la valoran. Ella dice que mis intenciones siempre son inclinadas hacia ser bondadosa, pues intercedo por ella, así como ella lo hace por mí. Me llena de amor saber que sirvo de algo. Que siempre puedo entender y ser un verdadero apoyo cuando ella lo necesita. Muchas veces repaso nuestras conversaciones para reconocer nuestros aciertos y nudos.
Estos kilómetros demás no me impiden tener el corazón allá donde ella está.

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